Fechas patrias y librería
En mayo, cerca de la mitad de año, empiezan a llegar a las escuelas las celebraciones de las fechas patrias. Las aulas se tiñen de celeste y blanco, los gimnasios o salones de actos se cubren de banderas y los chicos se cuelgan las escarapelas. Aumenta la venta de papel crepé, crece la salida de cintas y todo tipo de pinturas de color celeste y blanco. La fiebre patria, aunque aparece en la memoria colectiva como un elemento natural de nuestras infancias, es un invento moderno.
Fue hacia mediados el Siglo XIX y, con más fuerza, los inicios del Siglo XX cuando los distintos sectores de gobierno o cercanos a las élites de poder se ocuparon de la construcción de un imaginario colectivo y hallaron en el poder los símbolos una fuente de unidad. El símbolo patrio, las insignias, las banderas, así como los himnos, se convirtieron en la amalgama para la unidad nacional: para un sentido de pertenencia.
El especialista Daniel Vain dijo en una nota que “para que las comunidades se cohesionen, se necesita generar en sus integrantes un sentido de pertenencia y para ello se recurre a un conjunto de símbolos (himno, bandera, escarapela) y de rituales, como las fiestas patrias en las escuelas. Eso hace posible que los que habitamos esta tierra nos identifiquemos como iguales, en tanto argentinos. Es decir que los actos escolares, como otros rituales, sirven para generar y consolidar una identidad nacional”.
De esa forma, la venta de cartulinas, el papel afiche que proveemos o hasta la plastilina adquieren un sentido mayor. Ya lo dijo un romano antiguo, mucho antes de que se creara incluso la idea de una bandera: “Nadie ama a su patria porque ella sea grande, sino porque es suya", decía Séneca. Y vaya si así será, que hasta el menos patriota de emociona ante una bandera celeste y blanca. Hasta el menos convencido se cuelga una escarapela.
Llegó mayo, será tiempo de rememorar la semana de mayo de 1810, luego vendrá el día de la bandera en junio y más adelante el momento de festejar la Independencia, el 9 de julio. Es el triángulo emocional de los rituales argentinos: una temporada de reflexiones, de poner en valor lo propio revisando sus porqués y su pasado, de pintarnos de celeste y blanco para celebrar.